¿Cómo ayudo a una persona con depresión? Qué hacer y qué NO hacer
¿Qué es la depresión?
La depresión es una enfermedad que se caracteriza por una tristeza persistente y por la pérdida de interés en las actividades con las que normalmente se disfruta, así como por la incapacidad para llevar a cabo las actividades cotidianas, durante al menos dos semanas. Para quien se encuentra en este estado lo más importante es que solicite ayuda profesional, las valoraciones médica y psicológica le ayudarán a determinar su condición específica de salud y sobrellevar la situación.
Esto es lo que debe saber sobre la depresión
La depresión es un padecimiento muy común, según la Organización Mundial de la Salud, a nivel mundial, los trastornos depresivos se clasifican como el mayor factor que contribuye a la pérdida de salud sin consecuencias mortales.
- Existen diferentes tipos de depresión, dependiendo de su duración e intensidad.
- Las personas con depresión suelen presentar varios de los siguientes síntomas: pérdida de energía; cambios en el apetito; necesidad de dormir más o menos de lo normal; ansiedad; disminución de la concentración; indecisión; inquietud; sentimiento de inutilidad, culpabilidad o desesperanza; y pensamientos de autolesión o suicidio.
- La puede padecer cualquier persona.
- No es un signo de debilidad.
- Se puede tratar con terapia psicológica, con medicación antidepresiva y con una combinación de ambos métodos.
Con frecuecia, convivir y acompañar a quien presenta depresión resulta ser una actividad complicada. Sin embargo, la compresión de la enfermedad es imprescindible para realizar un acompañamiento de utilidad. Te compartimos algunas recomendaciones para mejorar la convivencia:
- Evita frases como “ánimo, ya cambia esa cara.” La depresión provoca una alteración del estado de ánimo de forma que no se tienen ganas de nada, se está triste la mayor parte del tiempo por lo que puede sonar antipático o agresivo el recibir comentarios de ese tipo.
- Intenta no decirle que no tiene motivos para estar así, que piense en sus hijos, pareja, padres, etc. Quizás la persona esté consciente de que los demás sufren por ella y que no hay motivos objetivos para sentirse así, por lo cual hacer estos comentarios pueden hacerle sentir culpable o responsable de lo que experimenta.
- Evita también frases como “todo está en tu cabeza” “échale ganas.” La depresión es una enfermedad muy real que no basta con proponerse estar bien y adoptar una actitud positiva; quienes la padecen requieren de ayuda psicológica y, muchas veces, farmacológica para lograr sobrellevar la situación.
- No te enfades o te alteres con la persona. Tal vez hay momentos en que sientes que no puedes hacer nada pues pareciera que la persona no te entiende o no quiere ayudarse a sí misma para salir adelante. Conserva la calma si sientes que vas a explotar o a decir algún comentario inapropiado, opta mejor por disculparte y abandonar el lugar en ese momento.
- Evita obligarlo a realizar ciertas actividades. Lo mejor es hacer sugerencias, forzarlo puede aumentar su agobio ya que en esos momentos la persona deprimida encuentra poca motivación en las cosas, no le resultan placenteras muchas actividades y le es difícil intentar hacer cambios.
- Evita juzgarlo o ridiculizarlo. Frases como “lo que pasa es que no tienes nada más en qué pensar, no tienes mejores ocupaciones” subestiman la realidad de la persona afectada y pueden hacerle sentir enfado consigo misma y a la defensiva con los demás.
Reflexión final
La depresión puede convertirse en un problema de salud serio, especialmente cuando es de larga duración e intensidad moderada a grave, y puede causar gran sufrimiento y alterar las actividades laborales, escolares y familiares. En el peor de los casos puede llevar al suicidio.
Una persona con depresión, en muchas ocasiones, simplemente necesita es que estés ahí; a su lado, aunque sea en silencio. Es mucho mejor escuchar y dar palabras de ánimo como “aunque ahora no tienes fuerzas y lo ves todo negativo, verás que con la ayuda profesional y la de todos los que te queremos, mejorarás”. Un abrazo, tomarle una mano o decirle “te quiero” en ocasiones son más útiles que palabras, consejos o regaños. Tú puedes darle lo que un especialista no puede: cariño. La siguiente historia de Jorge Bucay, te puede ser útil para compartir con quien se encuentra en dicha situación:
El Rey Ciclotímico
Había una vez un rey muy poderoso que reinaba un país muy lejano. Era un buen rey. Pero el monarca tenía un problema: era un rey con dos personalidades.
Había días en que se levantaba exultante, eufórico, feliz. Ya desde la mañana, esos días aparecían como maravillosos. Los jardines de su palacio le parecían más bellos. Sus sirvientes, por algún extraño fenómeno, eran amables y eficientes esas mañanas. En el desayuno confirmaba que se fabricaban en su reino las mejores harinas y se cosechaban los mejores frutos.
Esos eran días en que el rey rebajaba los impuestos, repartía riquezas, concedía favores y legislaba por la paz y por el bienestar de los ancianos. Durante esos días, el rey accedía a todos los pedidos de sus súbditos y amigos.
Sin embargo, había también otros días. Eran días negros. Desde la mañana se daba cuenta de que hubiera preferido dormir un rato más. Pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo había abandonado. Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus sirvientes estaban de tan mal humor y ni siquiera lo atendían bien. El sol le molestaba aún más que las lluvias. La comida estaba tibia y el café demasiado frío. La idea de recibir gente en su despacho le aumentaba su dolor de cabeza.
Durante esos días, el rey pensaba en los compromisos contraídos en otros tiempos y se asustaba pensando en cómo cumplirlos. Esos eran los días en que el rey aumentaba los impuestos, incautaba tierras, apresaba opositores… Temeroso del futuro y del presente, perseguido por los errores del pasado, en esos días legislaba contra su pueblo y su palabra más usada era “NO”. Consciente de los problemas que estos cambios de humor le ocasionaban, el rey llamó a todos los sabios, magos y asesores de su reino a una reunión.
—Señores, –les dijo— todos ustedes saben acerca de mis variaciones de ánimo. Todos se han beneficiado de mis euforias y han padecido mis enojos. Pero el que más padece soy yo mismo, que cada día estoy deshaciendo lo que hice en otro tiempo, cuando veía las cosas de otra manera. Necesito de ustedes, señores, que trabajéis juntos para conseguir el remedio, sea brebaje o conjuro que me impida ser tan absurdamente optimista como para no ver los hechos y tan ridículamente pesimista como para oprimir y dañar a los que quiero.
Los sabios aceptaron el reto y durante semanas trabajaron en el problema del rey. Sin embargo todas las alquimias, todos los hechizos y todas las hierbas no consiguieron encontrar la respuesta al asunto planteado.
Entonces se presentaron ante el rey y le contaron su fracaso. Esa noche el rey lloró.
A la mañana siguiente, un extraño visitante le pidió audiencia. Era un misterioso hombre de tez oscura y raída túnica que alguna vez había sido blanca.
—Majestad –dijo el hombre con una reverencia—, del lugar de donde vengo se habla de tus males y de tu dolor. He venido a traerte el remedio. Y bajando la cabeza, acercó al rey una cajita de cuero.
El rey, entre sorprendido y esperanzado, la abrió y buscó dentro de la caja. Lo único que había era un anillo plateado.
—Gracias, –dijo el rey entusiasmado— ¿es un anillo mágico?
—Por cierto lo es –respondió el viajero—, pero su magia no actúa sólo por llevarlo en tu dedo…
Todas las mañanas, apenas te levantes, deberás leer la inscripción que tiene el anillo y recordar esas palabras cada vez que veas el anillo en tu dedo. El rey tomó el anillo y leyó en voz alta:
“Debes saber que ESTO también pasará.”
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